Carlo Ancelotti ya no viste de blanco, pero el peso del escudo que ahora lleva en el pecho no es menor. Su llegada al banquillo de la selección brasileña marca el inicio de una etapa que promete cambios profundos, aunque no necesariamente estruendosos. Fiel a su estilo sereno y pragmático, el técnico italiano ha apostado por una convocatoria que combina experiencia, juventud y una dosis de lógica que Brasil parecía haber extraviado en sus últimos procesos.
La gran novedad no es la ausencia de Neymar ni la irrupción de jóvenes promesas como Estêvão. Lo verdaderamente llamativo es la manera en que Ancelotti ha roto con el molde del espectáculo para priorizar el presente futbolístico de cada jugador. El mensaje es claro: la camiseta de Brasil no se gana por nombre, sino por rendimiento.
En lugar de imponer una lista cargada de marketing, el técnico ha optado por construir una selección que responda a las necesidades del momento: estabilidad y competitividad. Esa decisión cobra sentido al observar el contexto. Brasil viene de dos procesos inestables, con entrenadores interinos y un vestuario que nunca logró conectarse con una idea clara. Ancelotti no solo asume la responsabilidad de devolverle una identidad futbolística a la «Canarinha», sino que también enfrenta el reto de reconstruir la confianza perdida tras una serie de resultados decepcionantes.
Su primera convocatoria deja entrever un criterio que prioriza el equilibrio. La inclusión de Casemiro es más que un guiño a su pasado exitoso en Madrid; representa una apuesta por la jerarquía en la mitad del campo. Vinícius, por su parte, no podía faltar, pero ahora será evaluado como figura y no solo como promesa. La presencia de jugadores como Bruno Guimarães o Raphinha apunta a consolidar un once competitivo, sin descuidar la renovación que muchos reclamaban.
Lo más interesante de esta nueva etapa es cómo Ancelotti ha sabido rodearse. Lejos de asumir el control absoluto, ha trabajado en conjunto con los coordinadores de la CBF para confeccionar una lista coherente. Su perfil bajo no le impide tomar decisiones firmes, pero sí le permite actuar con inteligencia institucional, algo que en las selecciones nacionales no siempre ocurre.
Pero más allá de los nombres, lo que está en juego en este arranque es el liderazgo. Ancelotti no solo debe dirigir, sino también convencer. Sus primeras pruebas, ante Ecuador y Paraguay, son más que simples eliminatorias: son exámenes de credibilidad. Brasil ya no parte como invencible, y eso exige un cambio mental que él deberá instalar desde el primer minuto.
La historia lo respalda: es el técnico más exitoso de Europa. Sin embargo, en Brasil, las estadísticas no bastan. Lo que se espera de él no es una colección de trofeos, sino la capacidad de devolverle a la selección esa emoción que la hizo única.
Si logra combinar su serenidad europea con la pasión brasileña, Ancelotti puede hacer historia. Pero el camino no será fácil. Esta convocatoria es solo el primer paso. Y en el fútbol sudamericano, los primeros pasos suelen ser los más duros.
Escrito por: Jefferson Yazuma